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Uno de los riesgos cósmicos que penden sobre nuestras cabezas es la caída de un asteroide capaz de arruinarnos el día. Los científicos han imaginado qué sucederá ese día que esperemos no llegue nunca.
Tendencias15/07/2022Ahora NoticiasLa industria del cine nos golpea con cierta periodicidad con películas de catástrofes: rascacielos que se incendian, aviones que se estrellan, volcanes que entran en erupción, terremotos o catástrofes cósmicas. En este caso el argumento es bien simple; desde el espacio llega un objeto que amenaza la vida en nuestro planeta. Si la última ha sido Moonfall, la primera de ellas fue una película de los años 50 titulada Cuando los mundos chocan, y narra el descubrimiento de un planeta, Zyra, orbitando alrededor de una estrella, Bellus. El problema está en que Zyra va a pasar tan cerca de la Tierra que provocará increíbles catástrofes. Y por si eso no fuera poco, 19 días después Bellus chocará contra la Tierra..., o lo que quede de ella. La única salvación es construir una nave espacial que, a modo de Arca de Noé, transporte a parte de la humanidad a su nuevo hogar, el mismísimo planeta Zyra.
Lo que la industria del cine nos ha venido contando desde entonces es algo que los astrónomos saben desde hace bastante tiempo: no vivimos en un barrio demasiado tranquilo. Nuestra apacible vida cósmica puede verse trastocada con la llegada inesperada de un asteroide o un cometa cuya órbita atraviese la de la Tierra.
Su llegada vendría precedida por una tremenda explosión en la alta atmósfera. Parte de la capa de ozono sería destruida. El asteroide se fragmentaría y parte se vaporizaría, al igual que el punto de la superficie terrestre situado justo debajo de él. El ácido nítrico creado por la bola de fuego de entrada acidularía suelos, ríos, lagos y océanos. Si cayese en el mar, inmensas tsunamis arrasarían las costas de los cinco continentes. Si se estrellara en tierra el impacto crearía un cráter tres veces mayor que el asteroide. La Tierra resonaría como una campana, disparándose la actividad sísmica y volcánica tanto en la zona del impacto como en sus antípodas. Durante hora y media los materiales ejectados producirían una tormenta de fuego que se extendería rápidamente por todo el continente.
La cantidad de polvo y pequeñas partículas arrojadas a la atmósfera harían de la Tierra un lugar de noche perpetua, cayendo la temperatura varias decenas de grados centígrados. Meses después las bajas temperaturas obligarían a los océanos a liberar su inmenso almacén de dióxido de carbono. Unido al vapor de agua, provocarían un aumento del efecto invernadero y la temperatura global de la Tierra aumentaría drásticamente. Por decirlo en dos palabras: extinción global.
Para esto sólo necesitamos un asteroide entre uno y diez kilómetros de diámetro. En el peor de los casos la energía del impacto sería unas 500 000 veces el potencial nuclear mundial. Y la probabilidad de que en los próximos 50 años caiga un objeto de algo más de un kilómetro es de una entre 6 000 o una entre 20 000. Realmente no es mucho: es más difícil que a usted le toque el gordo de la lotería.
La espada de Damocles cósmica que pende sobre nuestras cabezas está hecha de hielo, metal y roca: son los asteroides y cometas. Los cometas, reliquias de cuando se formó el Sistema Solar, se encuentran situados en dos zonas: la nube de Oort y el cinturón de Kuiper. La nube de Oort es un gigantesco halo de cometas situado mucho más allá de la órbita de Plutón, a unas 60 000 veces la distancia de la Tierra al Sol. Cuando algo altera su precaria estabilidad caen hacia el Sol, al que tardan en llegar 500 millones de años. El cinturón de Kuiper se encuentra más cerca. Es un denso anillo de cometas, asteroides y otros cuerpos menores que se extiende desde la órbita de Neptuno hasta más allá de la de Plutón. De allí nos llegan los cometas que poseen un periodo orbital de menos de 20 años.
Los asteroides se encuentran mayormente en un cinturón situado entre las órbitas de Marte y Júpiter. Estos cuerpos no representan ninguna amenaza. El problema son los miles de asteroides de órbitas apepinadas que cruzan el camino de la Tierra. Son los Near Earth Objects, Objetos Cercanos a la Tierra o NEOs.
El nombre colectivo de NEOs se utiliza para aquellos cometas y asteroides que por el tipo de trayectoria que siguen son capaces de colisionar con la Tierra. De los cometas, todos aquellos que tienen su punto más cercano al Sol por dentro de la órbita de la Tierra son potencialmente peligrosos. Es difícil estimar su número, pues además de los que regresan cada cierto tiempo se encuentran los que se acercan por primera vez al Sol. Sí podemos calcular cuántos de los ‘habituales’ representan un peligro. De los cometas de periodo corto que cruzan la órbita de la Tierra 30 tienen un tamaño de un kilómetro de diámetro, 125 más de 500 metros y 3 000 más de 100 metros. Nos queda un consuelo: si alguno se dirigiera hacia nosotros lo más probable es que lo viéramos venir. Los que no veríamos llegar son los asteroides.
De los asteroides cuyo movimiento orbital les trae relativamente cerca de la Tierra se estima que existen unos 1 000. Los que hemos encontrado tienen un tamaño entre 32 kilómetros a menos de 100 metros. La razón por la que no conocemos asteroides de menor tamaño no es porque no existan sino porque son difíciles de encontrar.
Los asteroides NEOs conocidos han sido clasificados en diferentes grupos: Aten, Amor, Apolo y Arjuna. Los más peligrosos son los del grupo Apolo, pues tienen su perihelio -el punto de la órbita más cercano al Sol- por dentro de la órbita de la Tierra. De ellos sólo conocemos 169.
Dentro de los NEOs, los verdaderamente peligrosos son los Asteroides que Cruzan la Tierra, Earth-Crossing Asteroids. Son NEOs que por culpa de los tirones gravitacionales de los planetas a los que se acercan se han acomodado en nuevas órbitas demasiado próximas como para sentirnos cómodos. Los mayores que conocemos son 1627 Ivar y 1580 Betulia, ambos de unos 8 kilómetros de diámetro -un tamaño muy parecido al del meteorito que se supone provocó la extinción de los dinosaurios—. Saber cuántos son es complicado pero podemos dar algunos datos: se estima que hay unos 2 000 por encima del kilómetro de diámetro; mayores de 500 metros, unos 10 000; de 100 metros, 300 000 y de 10 metros puede haber 150 millones. Por debajo de ese tamaño no resultan peligrosos: cada año suele alcanzarnos uno pero se desintegra antes de llegar al suelo. De estos asteroides sólo hemos identificado 150 y, para colmo, sólo de la mitad hemos podido establecer con cierta precisión su órbita, por lo que pueden perderse -y de hecho lo hacen- con facilidad. Un par de buenos motivos para preocuparse.
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